A mi tío abuelo, Príamo Morel, lo recuerdo siempre cuando me encuentro con personas de sonrisa amplia y sincera, como la suya.
Me divertían sus anécdotas, y la ingeniosa picardía que ponía en sus caricaturas. Puedo decir que en definitiva, vivió con gracia y sabrosura.
Encontré hoy algunos de mis poemas, que con su talento él convirtió en cuadros, y adornaron las paredes de mi habitación durante largo tiempo. Seguirán bien guardados, no olvidados. Los coloco aquí por si la humedad, el polvo, la carcoma, y la memoria, quieren hacer de las suyas.
Nació en el monte. Su madre lo dio a luz agachada en el
mismo medio del conuco. Le llegaron los dolores, mientras arrancaba las raíces
de yuca, que esa misma noche serviría en la cena a su marido. Recién había
llegado del servicio militar, que le había alejado de casa por meses.
—¡Ya era hora! —exclamó, levantando a su hijo en brazos con gran
orgullo.
Anelisa, se sentaba sola en su mecedora, concentrada en sus
pensamientos y los sonidos que le acompañaban en la oscuridad. La noche se
estremecía llena de vida, solo ella estaba tranquila, esperando.
El llanto desesperado de un niño la sacó de su letargo. Se
metió sin pensarlo en el platanal, acudiendo al llamado de su propia naturaleza.
Lo encontró luchando por respirar, sumido entre hojas secas.
Sintió la tibieza del desprendimiento que aun latía, que le
observa desde lejos, que dolía en carne y alma.
Al marido lo hallaron con el alba, yacía al lado del camino que
lo llevaría a la casa, con la cabeza delicadamente envuelta, en una preciosa
manta para bebé.
En su casa, acostada sobre su cama, está una mujer. Entre
mullidas sábanas, busca la posición más cómoda para dormir. Han pasado unas
horas cuando la mujer despierta. Mira el reloj y se da cuenta que ya casi
amanece, son las 5:30. Aún esta oscuro, será una mañana lluviosa, piensa.
Se siente algo mareada. Colocada boca arriba, cierra los
ojos e intenta respirar profundamente. De repente, cae sobre ella un cuerpo. La
mujer, grita desesperadamente mientras intenta quitárselo de encima.
Tras el cuerpo, sigue cayendo toda una lluvia de objetos,
que ni siquiera alcanza a distinguir. Es demasiado el peso, la cama empieza a
crujir.
La mujer se va hundiendo lentamente en el colchón, atraviesa
el suelo dolorosamente, hasta tocar la tierra húmeda y fría. No tiene fuerzas
para resistirse, se abandona en un llanto casi mudo. Todo se ha detenido, y en
el silencio total, siente el suave hilo de unas palabras atravesar su oído.
Lo decía a
menudo, lo decía tanto y tan convencido, que le tomé cariño a la frase y la
acogí como una de mis favoritas.
Porque, es
casi a diario que el discurrir de los acontecimientos en mi vida y en lo que me
rodea, me indica que el amigo no estaba tan falto de razón como de problemas,
al igual que todos.
Ahora bien,
y dicho esto, es preciso aclarar que este amigo está lejos de tener, lo que
algunos pudieran considerar, una actitud pesimista; puesto que, "Le
buscamos la vuelta", era su otra frase, y la respuesta automática que daba
a cada situación, sabiéndose conocedor de que todo problema, tiene solución.
"Le
buscamos la vuelta" era la confirmación de que haría todo lo posible, todo
lo que sus capacidades y voluntad le permitieran, para dar solución al problema
existente. Y de no poder hacerlo solo, se uniría a los esfuerzos por lograrlo.
Pero también, significaba en ocasiones, que sencillamente no haría nada. Y se
convertiría en espectador y beneficiario de la preciada solución, una vez fuera
hallada.
Solo es
cuestión de tiempo, para que a cualquier problema le llegue una solución; y de
manera casi instantánea, aparecerá el nuevo problema que esta solución genera.
Cómo saber
si somos parte de la solución o del problema.
¿Acaso en
el círculo vibrante e interminable de la vida, se puede ser algo más que parte?
"Sé
agua, mi amigo", lo dijo Bruce Lee en una entrevista por allá los 70's,
donde con una cara de loco (y unas conocidas habilidades físicas) que
asustarían a cualquiera, se esforzaba por dejarle claro al mundo que provenía
de una cultura que era más que chistosos ruiditos, patadas y morisquetas.
Estamos en
2020, y como auguraba Bruce; China, convertido en un gigante comercial, está en
todos lados. Para algunos, eso es un problema.
Estamos hoy,
híper-conectados y súper-informados. Tenemos nueva pandemia. Esta vez en un
mundo con ciudades sobrepobladas, internet y teletrabajo. Y la tecnología sigue
avanzando, aparentemente más rápido que nuestras emociones, que parecen ser las
mismas dentro de los nuevos contextos.
Si las
emociones fueran parte de la vida, deberían ser compatibles con ella.
La arrogancia,
la ambición, el odio, la envidia, la vanidad, nos diferencian de las otras
formas de vida que habitan la tierra, estas emociones que, aunque no existen
para osos polares, o ríos, abejas y montañas; sin lugar a dudas, les afectan y
con ello nos afectan.
Pero también
tenemos, amor, bondad, humildad, comprensión, empatía…
Somos una
parte ínfima de algo con proporciones inimaginables. Ser parte de eso, es la
única opción que tenemos. Serlo, mientras podamos. O más pronto de lo que
debería estaremos fuera, flotando como una brillante gota de aceite sobre el
agua, que continuará fluyendo bajo nosotros.
Siempre me ha gustado escribir cuentos y poemas. Así que con mucha ilusión acabo de publicar el título "Chimi y el Señor del Taburete". Un libro de cuentos que busca alimentar a niños y niñas con chispas de felicidad, y valentía para disfrutar la vida.
En una lectura sencilla, con coloridas ilustraciones, invito a los pequeños lectores a hacer una profunda reflexión. Ojalá, y estas páginas puedan ser leídas, en la amorosa compañía de sus padres, abuelos, familia.
El libro se encuentra disponible en Amazon en las versiones e-book y libro impreso.